Milei y su gobierno impulsan un mundo dominado por los fuertes y los dueños. Trump desde Estados Unidos con la misma impronta busca mercados y recursos en América Latina. La encrucijada de la Argentina.

La moral, lejos de ser un adorno, es la infraestructura invisible de lo social. Como el oxígeno en el cuerpo, se disemina a cada instante y condiciona cualquier praxis política. Sin esa ‘moral de pueblo’, esa brújula histórica y colectiva, todo se reduce a la ética del individualismo.
Esa moral es concreta, está presente en un imperativo criollo indiscutible: la protección de los más frágiles. El niño, el anciano, el desvalido. Esa fraternidad no es una mera consigna; es también un arquetipo civilizatorio de raigambre bíblica que atraviesa milenios.
Una marea inmigrante que soñó con ‘hacer la América’ edificó la Argentina con sudor y esperanza. Aquellos hombres y mujeres no vinieron solo a buscar pan; traían consigo tradiciones solidarias y una aspiración profunda de igualdad.
De ese crisol, de ese sincretismo forjado en la lucha común, nació lo más auténtico de la identidad criolla. Ante esta evidencia histórica, cabe formular una pregunta: ¿Una motosierra puede borrar la fragua de más de un siglo de comunidad?
La primera respuesta a ese interrogante parece negativa. Es difícil borrar más de un siglo de cultura. Aún más, que la sociedad haya mutado de repente. Envilecida hasta anhelar un mundo regido por la ley del más fuerte y el capricho de los dueños, donde su palabra sea la única ley.
Ese proyecto moral aspira a un dominio de los dueños, cuya libertad se mide por la magnitud de su fortuna. En su lógica, las personas son piezas intercambiables: se usan y, al presentar fallas —una enfermedad, una necesidad—, se descartan. Pretenden un mundo de esclavos, siervos, donde la libertad sea un privilegio aún más restringido. Un mundo donde la igualdad y la fraternidad agonizan. Un mundo vacío de democracia, que aniquila la misma libertad que dice encarnar. Un mundo donde el único valor es el mandato de los mega-ricos.
Hipertrofia de un relato
A pesar de esa evidencia, el gobierno de Javier Milei y su maquinaria de sentido insisten en presentar su visión como hegemónica, como si reflejara el sentir mayoritario del pueblo argentino.
Es cierto: los números electorales muestran que La Libertad Avanza perdió un caudal significativo entre la presidencial de 2023 y las legislativas de 2025, aunque se trate de comicios con lógicas distintas. Pero el análisis debe ir más allá del votante fluctuante. La clave podría estar en un rasgo central de su comunicación: la construcción del héroe-víctima.
Esa figura, de profunda raigambre en la mitología criolla, se erige como un núcleo de legitimidad a partir del drama escenificado en el discurso público. Es la víctima que, a pesar del poder, lucha contra fuerzas oscuras y superiores. Este personaje ha demostrado una resistencia notable, sorteando escándalos y sobreviviendo incluso a la contradicción de un exitismo presidencial que choca con su rol de mártir, como quedó en evidencia tras el triunfo peronista en Buenos Aires.
Con este arquetipo como escudo, los libertarios están convencidos de protagonizar un ciclo hegemónico. He aquí el nudo de la cuestión: ¿cómo articulan esta moral extraña, individualista y disruptiva, con los valores solidarios y comunitarios forjados durante más de un siglo en el país?
¿Cómo explican que la democracia, para ellos, ya no regule las relaciones sociales? ¿O su incapacidad para demoler hitos de gobiernos previos que denostan como “comunistas”, como la estatización de YPF o la creación de la AUH?
La respuesta tal vez no sea ideológica, sino instrumental: su agenda parece ser un mecanismo para acorralar a una parte de la sociedad y habilitar esquemas de negocios antes inviables.
Ganar “mercados” a partir de la destrucción de derechos es un camino cuestionable que les queda a quienes solo se dedican a los negocios. El gran interrogante es dónde piensan ir cuando la sociedad se desencante. A dónde piensan escapar con toda la plusvalía que están generando a costa de la miseria generalizada.

Es una marca de época. En la lógica internacional ocurre algo similar con la decadencia del imperio estadounidense. Trump lanzó su Donroe doctrine reloaded con Marco Rubio como cabeza de turco. Obtener recursos a precio vil y mercados cautivos, y todo el que se oponga será perseguido por narco. Notable la consistencia práctica entre Milei y Trump.
Un neologismo publicado en la tapa de The New York Post, en enero de 2021 que sintetiza una versión trumpista de la reconocida Monroe Doctrine. Allí Trump señala un mapa modificado de América del Norte: cambia los nombres de varios países de acuerdo a los intereses de Estados Unidos. De allí que “Don” por Donald y “roe” por Monroe. Ideas del siglo XIX para la decadencia del XXI.
Lo sorprendente de esa estrategia compartida es su fragilidad cultural, social y antropológica. Pero es preocupante la sostenibilidad de esa moral que encarnan y pretenden hegemónica.
Derechos: la arquitectura de la dignidad
El mundo de derechos que hoy conocemos –ese que la motosierra amenaza– es el resultado de luchas seculares. Antes de su conquista, la vida era, para la mayoría, una condena a la servidumbre, la miseria y una muerte temprana.
La Revolución Francesa parió los derechos de primera generación: civiles y políticos. Fueron el primer dique contra el absolutismo, garantizando la vida, la propiedad, la expresión y la participación. En Argentina, este camino, iniciado en Mayo, fue lento y tortuoso: requirió de Caseros, de la Ley Sáenz Peña y, fundamentalmente, de que el peronismo hiciera realidad el voto femenino en 1947.
Pero la igualdad formal ante la ley demostró ser insuficiente frente a la fábrica explotadora. De las chimeneas del siglo XIX emergió el movimiento obrero, que forjó con su lucha los derechos de segunda generación: económicos, sociales y culturales.
El peronismo los consagró en la Constitución de 1949. Son la base del Estado activo: el salario justo, la vivienda digna, la salud, la educación y la jubilación. Son la línea que separa el trabajar para vivir del vivir para trabajar.
Tras la barbarie de la Segunda Guerra, la humanidad pactó los derechos de tercera generación: a la paz, al desarrollo, a un ambiente sano. Son los derechos de los pueblos y de la especie, incorporados a nuestra Carta Magna en 1994.
Hoy, en la frontera digital, libramos la batalla por los derechos de cuarta generación: a la identidad digital propia, al olvido, a una red libre de monopolios. Son las nuevas trincheras donde se define si el ciberespacio será un ágora pública o un feudo privado.
Esa arquitectura de dignidad, levantada ladrillo a ladrillo durante siglos, es el “Estado” que el proyecto caníbal quiere demoler.
Caníbal Donroe
“¡Viva la libertad, carajo! Arriba el capitalismo enriquecedor y abajo el comunismo socialista empobrecedor”. La prédica pública del mileísmo es clara: motosierra para el Estado y para todo lo que este garantiza. Motosierra para los derechos. Motosierra para quienes viven de su trabajo y no del capital.
Es la moral caníbal: despiadada, brutal y sórdida. Una ética de la mutilación que viene a linchar, amputar y desmembrar el lazo social.
A este tren belicista se sube hoy Estados Unidos. Un imperio en decadencia que decidió extraer hasta la última gota de América Latina. La Doctrina Donroe, con la que Trump pretende succionar los recursos del continente, promete portaviones y espadas para quien resista.

Durante un discurso ante la Asamblea General de la ONU, Trump advirtió: “Aquí en el hemisferio occidental, estamos comprometidos a mantener nuestra independencia de la intrusión de potencias extranjeras expansionistas”. Y precisó: “Ha sido la política formal de nuestro país, desde el presidente Monroe, que rechacemos la interferencia de naciones extranjeras en este hemisferio y en nuestros propios asuntos”.
La frase “América para los americanos” condensa la doctrina que Monroe presentó en 1823. Bajo esa consigna, Estados Unidos justificó durante décadas el intervencionismo y el apoyo a dictaduras feroces en la región. Theodore Roosevelt llegó a sostener que si un país amenazaba los derechos o propiedades de ciudadanos o empresas estadounidenses, su gobierno estaba obligado a intervenir para “reordenarlo”.
Hoy, con China en el horizonte y su propia decadencia económica, Estados Unidos vuelve a necesitar de América Latina como un jardín de recursos baratos y un mercado cautivo. Frente a esto, los gobiernos regionales deben ser inteligentes. No quedar rehenes de nadie. Una frase esquemática contiene parte de la fórmula: “Ni yanquis ni chinos: argentinos”.
Criollitas
Los grupos económicos locales –en su mayoría integrados con capitales europeos y chinos, y en menor medida estadounidenses– deberán priorizar sus intereses por encima de sus inclinaciones ideológicas. Y, sobre todo, deberán articular con el resto de la sociedad civil.
La misión es básica, pero fundamental: qué producir, cómo, con quiénes y para quiénes. Quiénes ganan, quiénes pierden, qué hacemos con los que pierden, a quiénes vendemos, cómo nos insertamos en el mundo de nuevo. De no hacerlo, estos actores locales serán las próximas víctimas del canibalismo norteamericano.

Se abre una ventana de oportunidad única para hacer negocios y para el país. Aprovecharla requiere mirar a través de la niebla. El conjunto del sistema político debe hacerlo. Dirigencias de todas las fuerzas civiles.
Los riesgos son importantes y la coyuntura se complica. El narcotráfico se esparce por fibras sociales que se creían impermeables. Teje sus redes en entramados de clústeres empresariales, sindicatos, juzgados, fiscalías, municipios, zonas portuarias, comercios prósperos y suntuosos sin clientes, iglesias y jefaturas territoriales.
Dos botones de muestra: el candidato oficial José Luis Espert, financiado por el narcotráfico, y la diputada nacional –ahora senadora electa– Lorena Villaverde, acusada por narcotráfico en Estados Unidos y con vínculos inocultables con el extraditado narco rionegrino “Fred” Machado. La Cámara alta busca evitar que la legisladora asuma. La pregunta queda flotando: ¿será ese un límite?
Para aprovechar el momento, los actores locales deberán sobreponerse a la niebla que asola el discurso social: la moral caníbal de la Doctrina Donroe. Solo así podrán retomar el ADN y el camino de quienes edificaron la Argentina para construir, sobre sus cimientos, un país posible, fuerte, incluido y sostenible.




